OPINIÓ
FREIXENET CONTRA CATALUNYA
29.11.2014
Cuando en Cataluña todo es un silencio acrítico hacia el mensaje caudillista
del presidente de la Generalitat; cuando los partidos soberanistas -y
el primero CDC- asumen con resignación ser apartados del escenario de la
política sustituidos por una coalición político-popular por la independencia de Cataluña;
cuando se relega al Parlamento de la comunidad al desempeño de
funciones que violan la Constitución y el Estatuto; cuando callan los responsables del sistema financiero con sede en el Principado
y se limitan a omitir su presencia en actos populistas que demuestran
que el derecho a decidir es, en realidad, el propósito antes tuneado de
una secesión a las malas, cuando todo eso pasa y el Gobierno sigue atrapado en su propia red, un catalán acaba de dar una lección de sentido común y de civismo.
Me estoy refiriendo a Josep Lluís Bonet, presidente de Freixenet,
la marca del cava catalán más internacional de España, que anuncia este
año el espumoso con sus tradicionales burbujas doradas y navideñas y
con un brindis que lanzan el cantante David Bisbal y la actriz María Valverde que termina con una aspiración: “Por los próximos cien años juntos”. Se trata de celebrar el centenario
de las bodegas pero superponiendo, reconocidamente por el propio Bonet,
un mensaje por la unidad de España tan obvio que ha provocado un amago
de boicot en Cataluña. Es, en realidad, la primera consigna civil y
eficaz para superar eso que Alain Finkielkraut, ha denominado en su último ensayo titulado La identidad desdichada “la crisis del vivir juntos”.
España está instalada en esa crisis de la que Cataluña es el síntoma
que ha derivado ya en una contestación abierta a la legalidad
constitucional, en un desafío al Estado al que sólo deja el estrecho
margen de utilizar -no quieren negociar nada, quieren romper como
demuestran ante la oferta del PSC y del PSOE- los mecanismos de coerción que la Constitución legitima para situaciones en las que un territorio autónomo atente “gravemente contra los intereses generales de España”.
Bonet
sustituye con este arrojo, jugándose parte de la campaña de Navidad de
su empresa, a todos los silencios catalanes y a todas las ineficiencias
del GobiernoJosep Lluís Bonet, que es también
presidente de la Cámara de Comercio de España, flanqueado por dos
vicepresidentes, el también catalán Miquel Valls y Ana Botín, sustituye con este arrojo, jugándose parte de la campaña de Navidad de su empresa, a todos los silencios catalanes y a todas las ineficiencias del Gobierno
y rescata la voz civil de esa mayoría silenciosa que debe existir pero
que parece negarse a comparecer porque nadie la conduce a la luz de los
focos desde las oscuridades de sus temores. Bonet demuestra que el silencio es el ingenio de los necios -¿acaso no se dan cuenta que los que se queman primero son los que están al lado de la lumbre?- como escribió el francés De la Bruyère
y que manejarlo es mucho más difícil que manejar las palabras como
recordó otro político galo tan de actualidad por el centenario de la
Gran Guerra como Clemanceau.
Refugiarse en el silencio como tantos y tantos en Cataluña es entregar el futuro al populismo de un secesionismo que cree emerger y energizarse por sus propios méritos cuando en realidad es el resultado engañoso del abandono por el Estado
-a través de un Gobierno sin pulso- de todo el territorio político,
histórico, económico y cultural que la idea de España debe ocupar en sus
pueblos y comunidades. Es el silencio que permite ese abrazo políticamente obsceno entre un Fernández, representante del abertzalismo catalán, con un Mas, representante de la burguesía de Catalunya
a la que, como tantas otras veces habrá que rescatar de su debilidad
histórica, una debilidad que ahora demuestra ante un líder político que
trata de imponer una moratoria al normal funcionamiento de la democracia en Cataluña.
Mientras
haya ciudadanos como Bonet que no se callan habrá esperanza. Incluso si
el Gobierno de España sigue en marasmo, creyendo que a un país lo salva
medio punto más o menos del PIBMientras haya ciudadanos como Bonet que no se callan y apuestan por los valores más progresivos habrá esperanza. Incluso si el Gobierno de España -como el que ahora padecemos- sigue en marasmo, creyendo que a un país lo salva medio punto más o menos del PIB. El grave problema que Bonet entiende y que Mariano Rajoy
parece desconocer es que pueden superarse todas las crisis -incluso las
que provoca la corrupción sistémica- pero no la que afecta a la identidad democrática de un Estado
que se refleja en su elenco de libertades y derechos individuales y
colectivos que se hacen posibles en un marco preestablecido por la ley.
La
quiebra unilateral e injustificada de la unidad plural de España
-alentada por el quietismo de quienes debieron evitarla- pulveriza el gran valor de los pueblos europeos que es el cosmopolitismo y el mestizaje, como ha proclamado con gran visión intelectual Ulrich Beck.
La “crisis del vivir juntos” la protagonizan hoy en Europa los que,
como subraya lucidamente Finkielkraut, no perciben “la irreductible
novedad de la realidad presente” que consiste, precisamente, en una
unidad diversa, en una convivencia de transacción y realismo y en la
compartición de los riesgos ante un futuro inseguro.
Todo ese
mensaje de contemporaneidad, valor cívico y de aviso dramático de lo que
podemos terminar por perder se contiene en el brindis por el que Josep
Lluìs Bonet ha apostado jugándose algo más que una campaña navideña y
que se resume en el deseo de unidad en los próximos cien años. Alguien,
en Cataluña y fuera de Cataluña, debiera continuar la apuesta de este
ciudadano que no quiere que su silencio se una al clamor silente de los
que tendrían que acompañarle en su arriesgada aventura personal y empresarial.
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